002 San Martín 37 (II)

24.05.2016 10:22

ANECDOTAS

Los Zancos  Jugábamos con unos zancos de palo de escoba  con un taco de madera a 40 cm que nos hacía mi papá. El mayor gusto era cruzar las lagunas de la ruta (de tierra) después de las lluvias. Una vez se me enterraron los zancos en el barro, quedé atrapado, y tironeando fui inclinando los palos, hasta que me caí al agua. Risas de Hilario Emilia, Ercilia, y otros. Para zafar de algún reto, doña Juarroz me lavó la ropa, mientras yo quedé por una horita al sol en un patio de su casa (en calzoncillo!!!!!!!!!)  Estrujo,  planchó y a casita. Que bronca en ese momento, pero que  lindos recuerdos.

 

Maffini – Indij.  El vecino Maffini tenía conflictos permanentes con su suegra (me suena Lucrecia de Indij).              Cuando las disputas eran grandes, doña Indij (que era la dueña de la casa) venía a refugiarse a mi casa. Don Luis, siempre  componedor, la “asilaba”. Un día la disputa fue mayor porque Maffini agredió feo a su suegra, y Don Luis paró a Maffini en la puerta de su zapatería.                 Cuando se calmaron los ánimos fue mi papá a la mueblería, a componer la relación para que volviera la suegra a su casa. Ahí comprobó en una puerta la marca de una herramienta que afortunadamente no dio en el blanco.        ¡Buenos oficios de Don Luis, como siempre!

La luz mala    Doña María Casin, patios separados con tejido, tenía una quinta completa. Muy ordenada, sectorizada, canteros cruzados con hilo y cintitas de colores para que los pájaros no se comieran la lechuga. Una vez clavó una escoba vieja con un palo cruzado y le puso un mameluco viejo de don Casin, a la manera de  espantapájaros. También tenían un limonero espectacular.                           Un invierno mi mamá se sintió mal y no decía porqué. Pasaban los días y cada vez estaba más triste y asustada. Un día explotó y dijo que veía una luz mala todas las noches en el patio.      Fue una figura muy común en la soledad de los  campo. Al estilo leyenda: “se le apareció la luz mala al Ramón”. Un poco eran fluorescencias de osamentas, explicaban, y otro poco para asustar. Don Luis atacó el problema, y resultó ser una llama encendida en una mecha de una botella con aceite quemado que ponían bajo el limonero  para que no se helara.        Flor de julepe tuvo Cesarina. 

El colectivo de Las Isletillas: Había un servicio de colectivo desde Isletillas, que llegaba tipo 8 ó 9 de la mañana, y volvía como a las 5 de la tarde. Su parada era el boliche de  Bruno. Clásico piso flotante de madera pinotéa,  mesas con algunas sillas Tonhe y otras, mostrador ciego de madera, estanterías donde estaban las bebidas del momento: Ginebra Bols, Hesperidina, Bagnanass, Vermut Cinzano.  Precarias conservadoras para hielo en barra, cubierto con arpillera mojada. Al frente y en la vereda había palenques con una argolla para atar los caballos. Algunos parroquianos de campos cercanos venían en sulkis. Pobres caballos atados horas y horas.        El colectivo venía siempre lleno de colonos que venían a hacer compras ó al médico. En general llevaban puesto una especie de tapado de grafa ó  griseta, para cubrir la ropa del polvo del camino. Al llegar bajaban y sacudían sus tapados y salían a sus tareas. Cuando terminaban, regresaban al boliche a esperar el colectivo. Algunos comían, y muchos aprovechaban a “chupar”. Con unas copitas encima se animaban a cantar a coro. “La Moretina”, “La Romanina”,El Mazorín di fiori”,  y tantas otras que recordaban su origen ipiemontés. También jugaban a la “mura” ó a los “naipes”   Era toda una aventura entrar a ése clásico boliche, como también lo fue la Bolognesa, y descubrir a esos “paisanos” disfrutando  y rememorando con alegría alcohólica su lejana tierra de origen, donde seguro habían dejado a sus afectos.

Frontón en casa Márquez       Tendría 12/13 años, jugaba frontón en el patio de la Iglesia, con una paleta GUASTAVINO de madera con alma de acero. La pelota no era la reglamentaria, sino una de goma blanda color roja. El gran compañero, el “Kiko López”, o el “Kikito”. Había muchos otros que jugaban, incluyendo el cura Horacio, que era muy bueno (fue pelotaris en España, y pegaba con la mano cerrada). A la siesta practicaba con Eduardo en la pared de Casa Márquez.  Un día después de una lluvia, en el entusiasmo de jugar y sin darnos cuenta, manchamos la pared blanca de Márquez. Cuando abre la casa llega don Salvador Márquez a hablar con mi papá, y lo invitó a ver la pared. No se enojó, al contrario, se reía, compinche con nosotros. Pero mi papá estuvo serio muchos días. La pared que había sido pintada a la cal unos días antes, había quedado ¡a LUNARES!

 

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